Simpatía por el diablo.

Intento ser una persona honesta, y creo que mi esfuerzo triunfa en el día a día. Pero acá he venido a encontrarme con una pregunta desafiante:

«¿Cómo es El Salvador?»

Es como si una persona significativa, muy cercana a mí, tuviera un trastorno de personalidad severo. Yo sé que es una gran persona, con muchas cualidades, la quiero mucho; conozco la etiología y patogénesis de su condición. Pero lo positivo no es lo primero que se me vendría a la mente al tener que hablar sobre ella si me preguntan cómo es, y no por la simpleza de la psicología pop «es que las personas sólo nos fijamos en lo malo».  Nel.  Es porque todo el tiempo estoy viendo su lado negativo, y no sólo lo veo, me afecta: me abruma, me engulle, me lastima. La mayoría de veces, por más que comprenda de dónde viene todo ese daño, sólo me nace gritarle, «¡por la gran puta, qué jodés, dejame en paz, dejá de ser así!» («Dejá de ser así», subjuntivo inoperativo).

La respuesta automática tiene que ver con delincuencia, desempleo, corrupción, peligro, muerte. Me freno, porque no quiero poner en mal a mi país, aún cuando lo que diga no falte a la verdad. Entonces pienso en El Tunco y en Apaneca, en pupusas y yuca frita, en Cuentos De Cipotes y gente que amablemente me hace pasar a lo barrido, y logro decir en voz alta «es muy bonito». Y también lo digo con honestidad, me sale del corazón. Pero requiere un buen esfuerzo mental alcanzar esas razones.

No logré llegar a la mitad de «El criminalista del país de las últimas cosas» con los ojos secos. No pude estar de buen humor al terminar de leerlo. Y no pude contarle a nadie acá («nadie acá», entiéndase chilenos) con el detalle requerido para desahogar toda la angustia, porque no quiero causar espanto. Quienes me hacen la pregunta de arriba generalmente no saben del innoble título que carga mi país, que somos una potencia mundial en violencia, una impotencia mundial en seguridad humana. Y si alguna vez tienen que enterarse, no quiero ser yo quien les cuente, y mejor me dedico a ser una buena persona, calidad de exportación, que contrarreste cualquier mala referencia que podrían tener en el futuro.

He visto noticias sobre hechos violentos aquí, sí, pero hay un trecho de eso a que haya un tradicional conteo diario de muertos siempre engalanado con cifras de dos dígitos. Espero el bus y aún no puedo creer que estoy en un lugar donde la barbárica anormalidad realmente no es normal («la normal anormalidad», decía mi tío Martín-Baró). Y luego pienso en cómo, de todos modos, la gente en El Salvador vive…cómo yo salía de mi casa todos los días, y algunas noches, con miedo y a pesar del miedo, y ya fuera, dejaba de pensar en el riesgo, no por negación sino porque no valía la pena angustiarse por algo que también podía no pasar. Después de hacer lo que está en mis manos (i.e. «tomar las debidas precauciones»), el resto era cuestión de probabilidades y de suerte. Y viene el dilema de qué quisiera hacer cuando sea grande: estar en la lejanía y disminuir mis probabilidades de ser víctima de la violencia, o volver a la raíz del caos y hacer la lucha con mis compatriotas. Muy calle el «vivo por mi madre / muero por el barrio» pero heme aquí.

***

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9 comentarios sobre “Simpatía por el diablo.

  1. Justo esto es lo que pienso todos los días cuando leo las noticias, cuando agarro el bus, cuando alguien me mira extraño en la parada, cuando el oficial de la PNC (a.k.a servir y proteger «ante todo») me dice cosas indecorosas, y últimanente… cuando pienso en una conocida muy querida mía y de mi mamá que está presa en cárcel de mujeres esperando audiencia por estar en el lugar equivocado con la persona equivocada y que esa persona salió libre porque es menor de edad y sigue jodiendo a otros en la calle… Justo eso, eso me inunda la mente sabés… Y me da rabia. No puedo decir más.

  2. #Citas Citables
    – y no por la simpleza de la psicología pop “es que las personas sólo nos fijamos en lo malo”
    – pienso en El Tunco y en Apaneca, en pupusas y yuca frita, en Cuentos De Cipotes y gente que amablemente me hace pasar a lo barrido, y logro decir en voz alta “es muy bonito”. Y también lo digo con honestidad, me sale del corazón. Pero requiere un buen esfuerzo mental alcanzar esas razones.
    – que somos una potencia mundial en violencia, una impotencia mundial en seguridad humana.
    – aún no puedo creer que estoy en un lugar donde la barbárica anormalidad realmente no es normal
    – dejaba de pensar en el riesgo, no por negación sino porque no valía la pena angustiarse por algo que también podía no pasar.
    – Y viene el dilema de qué quisiera hacer cuando sea grande: estar en la lejanía y disminuir mis probabilidades de ser víctima de la violencia, o volver a la raíz del caos y hacer la lucha con mis compatriotas.

    Hace más de 6 años que te leo. Y cada vez me gusta mas leer lo que escribís. Un saludo, Ligia.

  3. Este es nuestro pais. Donde naci, donde creci y donde aun vivo. He caminado, como la gran mayoria de la poblacion en lugares de sombras y de muerte. Rogando por dentro que los chamacos de la esquina no estuvieran de malhumor y no quisieran fregarme.

    Di coras, cerre la boca, corri como loco, hice como si no vi. Dos primos mios han sido asesinados y uno esta preso por secuestro. Es que «los malos» y las victimas no nos son ajenos, son un familiar, un amigo, el hijo del vecino.

    Estamos casi irremediablemente perdidos en nuestra espiral de violencia. Pero no vivo atrapado en este temor, me he rehusado a ser una presa mas. Cuento historias de mi infancia a mi hija de 8 anios y trabajo con la esperanza que podamos empujar algo que desate un cambio en nuestra sociedad. Ha sido pura catarsis este comments, perdoneme, pero me animo a contar mi historia al identificarme con esa impotencia de explicarles a mis amigos de otros paises: Como estan las cosas por alla?

  4. Este post me ha hecho profundizar aún más en el dilema que tantas veces me lo han planteado amigas, amigos y hasta familiares: ante la situación del país, ¿por qué mejor no te vas? Debo confesar que siempre me atrajo la idea de viajar, pero más por el puro placer de mochilear y conocer nuevos lugares, personas y culturas, que por la idea de «transplantarme» a otras tierras. Por suerte, he podido hacer uno que otro viajecito por allí y hasta ir a estudiar fuera por un tiempo, pero aun en aquellos años cuando todo el mundo me decía -viendo la peligrosa próximidad con la que se acercaba mi vuelta al paisito- que me quedara aunque fuera de manera ilegal, nunca consideré seriamente la idea de dejar este país para siempre, huyendo siempre de la violencia en la multiplicidad de sus formas (económica, política, social, religiosa, etc.).

    Aun cuando la mayoría de mis amigas más cercanas se han ido ya sea por razones familiares, profesionales o académicas, ni siquiera entonces consideré la idea de manera seria.

    Sin embargo (ay, no, no quería llegar a decir esto), luego de ver cuán profunda es la inopia moral, espiritual, en definitiva, humana entre quienes compartimos esta untada de tierra, debo admitir que me está provocando una suerte de crisis interna.

    El dilema está, así pues, servido para la degustación: irse a un lugar «más seguro», pero abandonando familia, amigas, amigos y dejando a su suerte la sobrevivencia en este pandemonium… o bien, quedarse a roer la impotencia de no poder ser suficiente y oportunamente un agente de cambio para esta condición nacional.

  5. Entonces, El Salvador es feo pero bonito. ¡Qué bravura la suya!. Así que su boca no será el acial que victimice la autoestima nacional. ¡Ay mi niña! Su actitud coincide con la de los judíos que lograron escapar incialmente del ‘Getto warszawskie’, y que por un prurito de ‘dignidad’ ocultaron lo malo ahí ocurría. Reconozco que luce el título de esta entrada. El diablo en esta rola nos recuerda: ‘¿Qué es lo que te desconcierta? Es la naturaleza de mi juego’. Al menos dormiré tranquilo, sabiendo que de una ‘buena persona’ como usted depende el equilibrio universal entre el bien y el mal.

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