Ita diis placuit.

El señor Fiesta se dirigía alegremente a una asamblea matutina donde encontraría paz, lo sabía, porque siempre hay paz entre personas que piensan igual y les gusta el olor a lavanda.

Era una congregación de 10,000 personas en la plaza. Era domingo, y por eso todos iban a hacer cadena de oración, una suerte de Cruzada Contra el Mal. El señor Fiesta era el asistente número 4,578, y su testimonio y orgullo era el ser un alcohólico convertido al Señor: antes solamente se emborrachaba cada noche; ahora se emborrachaba sólo cuando no había culto y creía en un Ser Supremo que le iba a perdonar todos sus pecados anteriores. «También perdonará a mi esposa, por darme disgustos», decía, recordando con cariño a la señora de Fiesta, quien estaba en cama por el último disgusto provocado, y por eso no había podido ocupar el lugar número 4,579.

Todos los alegres creyentes enlazaron sus manos, en un gesto que conmovía a cualquier espectador. La fe mueve montañas, dicen, y estas personas hubieran podido hacer eruptar al volcán en cuyas faldas estaba construida su herrumbosa ciudad. Lloraron y se entregaron a Dios bajo un sol implacable, que atravesaba la atmósfera con toda impunidad, y les freía misericordiosamente la epidermis.

De repente, un hombre desnudo comenzó a correr a través de la plaza, con un megáfono en sus manos. Las señoras se horrorizaron como monjas, y los hombres se indignaron como los Hombres que eran. Finalmente, el hombre desnudo subió a la estatua del prócer Índigo Pocabilis, y llevándose el megáfono a la boca, gritó a la muchedumbre:

«¡Fieles ilusos! ¡Ovejitas trasquiladas! ¿Por qué rezan en domingo? ¿Es que no han leído la Biblia? ¡DIOS DESCANSA EN DOMINGO! ¡Por más que se humillen ante el crucifijo y le maten garrobos como ofrenda, Dios no los escuchará! Él está descansando hoy, porque suficiente tiene con ustedes jodiéndolo los otros seis días de la semana. ¿Saben lo que les dice Él? ‘¡Silencio, estoy harto de sus estúpidos himnos!’, ¡eso es lo que dice!».

En eso, un subversivo disparo le destruyó tres discos vertebrales, y el hombre desnudo cayó de la estatua como un hombre desnudo cayendo de una estatua. La gente estaba atónita, pero el Pastor Supremo, siendo la segunda persona en reaccionar, dio un paso adelante en la tarima mientras el Guardaespaldas Supremo se guardaba la Mágnum en la gabardina, y gritó con intensidad de útero galopante:

«¡La Justicia Divina ha obrado! ¡Oremos sobre este pobre de espíritu!», y la gente rezó sobre el cadáver del hombre desnudo, con plena fe de que El Altísimo sería piadoso con él, y le perdonaría el atrevimiento de no ser creyente como todos ellos.

4 comentarios sobre “Ita diis placuit.

  1. Yo se que te gustan buenos comentarios, pero esa locura escrita? Sera arte? Sera poesia? sera algo escondido en tu cabecita? ummm, chica que te pasa?

  2. Creería que la traduccion al salvadoreño de lo dicho por el visitador seria algo como esto:

    «es malgastar el tiempo que los «creyentes» tratemos de convencer a los «ignorantes ateos».

    E-V: «Alter idem, Fac ut vivas», a proposito del «Ad hominem».

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